SALA 8. EL ARTE DEL BORDADO EN VILLAFRANCA

   
 

Villafranca posee una larga tradición de bordados. Las monjas clarisas del convento de la Encarnación, eran diestras en estas artes. El siglo XIX supuso la industrialización del bordado. En 1854 Juliana González Grajera fundaba, en la calle Llerena, un taller que llegó a contar con 600 bordadoras. La fama de sus trabajos se extendió fuera de nuestras fronteras. Así, en 1893, en la exposición Universal de Chicago, sus bordados en blanco fueron premiados con diploma y medalla de oro. También, en la exposición de Paris, de 1900, recibieron premios.

Desde finales del siglo XIX, el número de talleres aumentó en Villafranca. Tras la Guerra Civil, se sucedieron años de miseria y hambre. Las mujeres, bordando, ayudaban a la economía familiar. Junto a los grandes talleres, surgieron otros más pequeños, muchas veces clandestinos. Incluso se hizo habitual que las mujeres bordasen en sus casas para complementar los ingresos familiares. Observe las piezas de la escenografía. Sillas de enea, bastidores, papel de seda, etc., rememoran la disposición de aquellos antiguos talleres.

LA MUJER Y EL BORDADO

En la Edad Media el bordado era tarea de hombres pero, con el tiempo, se convirtió en una labor prácticamente femenina. En las casas acomodadas bordar significaba para la mujer un entretenimiento que solía aprender en la escuela.

Para las clases populares el bordado era un medio de subsistencia. Desde muy temprana edad las niñas ingresaban como aprendices y no cobrarían un sueldo hasta haber aprendido las artes del oficio. Cuando adquirían la suficiente maestría, el salario, según las épocas, oscilaban entre las 8 y las 11 pesetas por jornadas de 8 horas

El taller era un lugar de socialización femenina donde mujer de mayor edad transmitía su experiencia a los jóvenes. Además era en el taller donde solían bordar su ajuar las jóvenes casaderas. Canciones, dichos populares y rumores de todo tipo amenizaban las largas jornadas laborales. Las bordadoras eran una gran familia que con frecuencia organizaban ‘’merendillas’’, excursiones al campo a otras localidades. La entrada y salida del trabajo se convertían en momentos idóneos para buscar pareja, especialmente en los días de lluvia, cuando no había faena en el campo.